lunes, 29 de noviembre de 2010

Juan Fariña

Un hombre subía por el camino en dirección a la mina. Cuando llegó pidió que lo llevaran con el capataz. La deferencia con que era tratado por los jefes y su carácter huraño y retraído le enajenaron las simpatías de sus camaradas. Aquello no era natural. Contábase de él que sólo iba a la mina a dormir y que un socio cuyo nombre no se atrevían a pronunciar, desprendía de la vena el carbón necesario para completar la tarea del día. Y no era un misterio para nadie que por la noche, cuando quedaba la mina desierta, se oía en la cantera maldita un redoble furioso que no cesaba hasta el alba. A la mañana siguiente ambos fueron encontrados desvanecidos en el fondo de una galería mal ventilada, y desde ese instante nadie dudó en la mina de que un tenebroso pacto ligaba al borrecido ciego con el espíritu del mal. Sus vecinos en la cantera abandonaron sus labores trasladándose a otro sitio, viéndose obligado Fariña para no abandonar la faena a ser barretero y carretillero a la vez. P or aquel exceso de trabajo su musculoso cuerpo fue perdiendo poco a poco aquel aspecto de fuerza y de vigor.
El nombre de Fariña estaba en todos los labios, y nadie dudó un instante de que fuera el autor de la catástrofe.

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